No es exagerado decir que el concierto de Joaquín Sabina fue una de las citas musicales más relevantes de los últimos tiempos en la ciudad: el único concierto del artista en Castilla y León fue un éxito

Hasta medio centenar de autobuses procedentes de toda España se acercaron la noche del sábado hasta la plaza de Toros para disfrutar del mejor Joaquín Sabina. Su viaje no fue en vano: Palencia vivió una noche de lujo

Muchos más que 19 días y 500 noches llevaba Palencia esperando una cita musical como la que acogió la Plaza de Toros en la noche del sábado: Joaquín Sabina ofreció el único concierto en Castilla y León de su gira ‘Lo Niego Todo’, ante la presencia de unas 6.500 personas (aforo completo), entre las que se encontraban fans de Madrid, otras provincias castellanoleonesas, Extremadura, Cantabria…

La ocasión merecía el viaje: después de arrancar la gira en el Auditorio Nacional de México DC, o de tocar en el Royal Albert Hall de Londres hace apenas diez días, Sabina aterrizó en el coso palentino, al que se refirió como «preciosa placita» y en el que se le acogió con un cariño que se palpaba en el ambiente. Tal vez fuera por esa cercanía con el público, o por ese aire de concierto íntimo para él y grande para nosotros, o porque tocaba en la magia de un 24 de junio, caluroso pero con ese «vientecillo redentor» tan palentino… Pero el hecho es que el suyo fue mucho más que un concierto.

Sabina comenzó disculpándose por tener que cantar temas de su último disco, ‘Lo niego todo’, publicado este mismo año bajo la producción de Leiva. Él sabía que el público tenía sed de clásicos y ganas de desgañitarse con las letras universalmente conocidas.

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Pero la novedad de los temas no pilló de sorpresa a unos fans que venían estudiados, dispuestos a corear desde la primera sílaba la canción que da título al disco y a la gira, que fue la primera en sonar. «Lo niego todo, incluso la verdad», entonaba el poeta, pero lo que no podía negarse en aquel instante era la expectación con que el público atendía a esa aparición en escena. Le siguieron dos temas más del disco: ‘Quien más quien menos’ y ‘Postdata‘, un homenaje a ese México tan inspirador para Sabina, cuyos ritmos comenzaron a caldear al público.

No fue hasta ‘Lágrimas de mármol’ cuando empezaron a levantarse de sus asientos los primeros asistentes para bailar y corear ese enérgico «maldita sea», que Sabina aprovechó para empezar a dar un protagonismo creciente a su banda, «mi familia», y en especial a su inseparable Pancho Varona, que se arrancó con llamativos solos de guitarra.

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Y fue así como Sabina fue presentando a sus músicos. Primero, Jaime Asúa: «el grupo de rock que más me gustaba, y me gusta, era Alarma. Soñaba con ser su guitarrista», contaba Sabina, y allí estaba el auténtico guitarrista de aquella formación, que varios minutos más tarde tomaría el micrófono para ofrecer su mejor rock y un pequeño descanso a Joaquín.

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Luego, el batería Pedro Barceló; la argentina Laura Gómez Palma al bajo (qué gusto da ver a una mujer tocando este instrumento, por cierto, con tantos micromachismos como vive aún el rock); el divertido y polifacético Josemi Sagaste a los metales (ataviado con falda escocesa), o su denominado «núcleo duro»: Antonio García de Diego y Pancho Varona, productores hasta ahora de las canciones de Sabina. «Hace 3.000 conciertos que no me subo sin él al escenario, y espero que pasen unos cuantos más», dijo del último, y le dio el privilegio de cantar por él ‘La del pirata cojo’, un gesto que sin embargo no cayó del todo bien en los tendidos, por ser un clásico que apetecía bailar sobre la voz de Sabina.

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Un protagonismo especial cobró su corista Mara Barros, que cantó su tema ‘Hace tiempo que no me hago caso’, homenaje a Gabriel García Márquez compuesto por Sabina para el primer disco en solitario de la cantante, titulado ‘Por Motivos Personales’. Mara presentó su single con una sugerente coreografía al estilo Bob Fosse, dejando adivinar un poderío que desplegó más tarde erizando el vello de los presentes con ese clásico inmortal de la Piquer, ‘Y sin embargo te quiero’, acompañada por la guitarra de Sabina.

Y de un «sin embargo» a otro «sin embargo», Sabina cerró la última parte del concierto enlazando sus clásicos más grandes, con buen gusto en la elección del orden de los temas, que saltaban de las baladas más hermosas a los éxitos más enérgicos, haciendo crecer más y más el ambiente y la emoción entre el público.

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No hubo nada negativo en una noche en la que todo encajó: el orgullo de la capital palentina por acoger la cita, tan acostumbrados como estamos a ser los segundos (o terceros) de la lista; la afinación impecable de esa voz gastada de Sabina que sin embargo nunca falla; la simbiosis añeja con su banda; la escenografía y el espectacular escenario, que sobresalía del coso y se veía desde distintos puntos de la ciudad; y, sobre todo, la entrega del público, que agotó las entradas y salió con ganas de más, de repetir, de volver a llenar la plaza y a vivir otra noche como ésta en un futuro próximo, con otro artista no menos destacado que el gran Joaquín Sabina.

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