Siempre que encuentro una oportunidad, se me llena el pecho de orgullo al afirmar que soy palentina de adopción. No es que no quiera a mi ciudad natal o a mi amado Brasil. Todo lo contrario. Pero es precisamente por sentir por Palencia la misma pertenencia que tengo por la tierra de donde vengo, por lo que me siento palentina de manera especial.

Cuando llegué a España no tardé en escuchar la típica broma de los de Bilbao que dicen que nacen donde les da la gana. Pero de cierta forma eso tiene sentido. A fin de cuentas, aunque oficialmente se nos clasifique por nuestro lugar de nacimiento, no somos una propiedad de ningún sitio, pero sí, elegimos lugares para sentirnos como suyos porque nos hacen renacer cada día. En el caso de Palencia, conozco palentinos de Santander, de Salamanca y de Zaragoza. Palentinos del País Vasco y de Andalucía. Conozco a gente que ama esta tierra, respeta y vive este lugar como si hubiera nacido a orillas del Carrión o en plena Calle Mayor.

Pertenecer es sentirse parte. Integrarse. Sentir la responsabilidad de colaborar con la comunidad. Ser comunidad. Saberse miembro de un colectivo. Saber que cada uno de nosotros somos individuos únicos y singulares, pero también que somos parte de un todo. Va muchísimo más allá de lo que es solamente vivir en un sitio o cumplir deberes cívicos.

Pertenecer a Palencia es respetar sus tradiciones, acompañar sus evoluciones, defenderla. No solamente como hicieron las increíbles mujeres palentinas en 1386, sino defender con el corazón esta P de Palencia próspera, pacífica y paciente. Palencia patrimonial y paradójica. Pensativa y plena. Preciosa, provocativa, participativa. Palencia poema. Patria de sus gentes y de un montón de guiris que, como yo, aquí se encontraron a sí mismos. Palencia con P.

Es divertido para un forastero llegar y ver que los palentinos, más que hijos, son un poco padres o madres de su ciudad. Por ejemplo, son ellos (o a lo mejor, somos nosotros) los primeros en decir que las cacas de paloma están por todas partes y que hay que hacer algo. Que el río precisa ser mejor cuidado o que a Palencia le falta eso o aquello. Pero es llegar uno de Valladolid o de Burgos para decir la mitad de todo esto, que nuestro enfado es inmediato. Salimos todos a defender nuestra tierra, armados de palabras firmes como pavos con sus plumas desplegadas. “¡Que eso no es así, hombre! No sabes de lo que hablas. No conoces Palencia”. Eso es la pertenencia palentina (como Dios manda, ¡claro que sí!).

Y si me faltan orígenes castizos de sangre, me sobran los del alma. Llevo la cosa tan en serio que además de la pertenencia a la capital ya busco “mi pueblo”. Escribo estas palabras bien sentada en un bar de Becerril de Campos. Que, por cierto, podrás discutir si es o no es el pueblo más bonito de España (como le proclamó el famoso concurso en 2016) pero no me negarás que es uno de los rincones más preciosos de estas tierras. El solete alumbra las calles, el viento campesino mantiene el frescor de la tarde. La Villa de las Siete Iglesias garantiza un día más de contemplación a sus vecinos o turistas (que cada día se acercan más) y yo pienso: pueblo mío, pueblo mío… ¿me adoptas?

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