El Naán no es (solo) un grupo de música. Este septeto propone, junto a su folk ibérico, todo un proyecto social y político para recuperar la vida del mundo rural. Poco a poco lo van consiguiendo

Hay poesía en las ruinas del adobe. Casas que no se hunden, pero se deshacen. Lloran barro con el paso del tiempo, como si no quisieran morirse del todo. Hace años que Héctor Castrillejo escuchó su llanto. No muchos lo consiguen. Primero tuvo que recorrer un largo camino de ida y vuelta: viajar, hacerse un hombre de mundo. Luego, al regresar, fue capaz de comprender el mensaje de esa tierra que lo llamaba, conectar con su raíz. Y así nació El Naán. Y así renació Tabanera de Cerrato.

Para quien no conozca (todavía, y sorprendentemente) a El Naán, les diremos que hacen música tradicional, pero no son un grupo de música tradicional. Ni siquiera son un grupo de música. La filosofía que mueve la creación de este septeto, con sede oficial en el pequeño pueblo cerrateño, engloba también un proyecto social y político “en el sentido más noble de la palabra”, como explica Castrillejo.

Él es el rapsoda de una formación que ha recibido el aplauso de público y crítica en lugares como Gran Bretaña, Hungría, Polonia o Irlanda, que ha grabado en la propia BBC. Un conjunto formado por Castrillejo junto con Carlos Herrero (voz principal, buzuqui, tres), César Díez (bajo eléctrico), María Alba (segunda voz, pandero), Adal Pumarabín (percusiones), Javier Mediavilla (guitarra eléctrica) y César Tejero (saxofón).

El 13 de abril presentan en el Teatro Ortega (22:00 horas) su tercer disco, ‘La Danza de las Semillas’, ante una audiencia muy especial, entre la que se encontrarán 242 de los 500 mecenas que apoyaron la campaña de crowdfunding para producirlo, y que rebasó toda expectativa al superar una recaudación de 14.000 euros. “Es increíble. No sólo por la pasta, que es necesaria, sino sobre todo por ver toda la gente que está involucrada en el proyecto, que va más allá de la música y trasciende a lo social y lo político”, nos cuenta Castrillejo.

Tras el éxito incuestionable de su segundo disco, Código de Barros, el grupo de folk ibérico se ha dado “un tiempo de barbecho” para nutrirse de experiencias y viajes. Llega el momento de sembrar y arrancar aquí su gira ‘Afroiberia’.

“El primer concierto tenía que ser Palencia” por ser su tierra, esa cuyo nombre llevan allá donde van, divulgando nuestra música, estética y estilo de vida rural. Su música de raíz no se articula sobre una investigación etnográfica, sino sobre la experimentación. “Es un trabajo intuitivo, extraemos la esencia de las melodías y ritmos y probamos cómo ellas solas se funden y funcionan”. Para Castrillejo es un trabajo similar al que desarrolla en su otro oficio, arqueólogo experimental.

Presentan su nuevo disco en el teatro ortega el viernes 13

Ponen en valor la rica mezcla cultural que habita en la raíz de Castilla, un lugar de cruce de caminos entre África y Europa, el Mediterráneo y el Atlántico. “Somos muy viajeros y ha sido fuera donde hemos descubierto la potencia del paisaje castellano, de su discurso, su esencia y su estética. Se ha estereotipado la música del centro de la Península con las jotas y cuatro cosas más. Pero cuando escarbas en la música encuentras su verdadera riqueza: celtas, árabes, africanos, los viajes de ida y vuelta a América… Ahora mismo vengo de Senegal y Gambia, de un proyecto donde uníamos nuestras músicas y comprobábamos que encajan”.

UN PROYECTO SOCIAL Y RURAL

De la mano de los integrantes de El Naán ha surgido y evolucionado la Universidad Rural Paulo Freire del Cerrato, en Tabanera. Esta última ha logrado atraer siete proyectos y 17 personas a vivir en Tabanera en cuatro años, un pueblo que contaba 35 habitantes en invierno. “Todos los que han venido son gente joven, dinámica, que busca la calidad de vida de los pueblos frente a esa soledad de la vida urbana”.

Su filosofía se concreta en recuperar la “soberanía de la alegría”, que es “la capacidad de encontrarse, de mirarse a los ojos, de crear el ocio. En los pueblos hay mucha gente que tiene medio de vida (las tierras de sus padres) y aún así se va. ¿Por qué? Porque se aburren”. La corriente urbanita dominante les impide ver lo que el pueblo les da: una vida en comunidad, con tempos pausados, con calidad.

Después de lograr imposibles, de calmar el llanto del adobe, sólo les falta alcanzar una meta: el apoyo institucional que echan en falta. “Si viviéramos País Vasco, Cataluña, Andalucía o Asturias seguro que lo tendríamos… Pero ya estamos vacunados”.

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